No soy un crítico de arte ni
tampoco alguien que ha realizado algún grafiti más allá de las paredes de su
propia mente… Les he contado quien no soy, pero es necesario que os diga que
soy una persona que algo entiende de las interpretaciones de las cosas que van
pasando a su alrededor. Vivo en una ciudad que siendo lo bastante objetivo no
es la más cuidada ni tiene muchos atractivos, más bien es una ciudad que en
antaño tuvo años de esplendor y hoy, en algunos sitios, está ruinosa y
abandonada a la suerte del paso del tiempo. Es curioso pasear por esos lugares
porque esas ruinas se transformaron en el mural perfecto para artistas o
vándalos que permanecen en el anonimato, porque nunca seré capaz de decir con
exactitud de cuándo comenzaron a apoderarse de esas ruinas y las cubrieron con
palabras, con murales, con firmas, con iniciales de sus nombres o los de
alguien significativo para ellos… Es
necesario agregar a lo ya mencionado que en esas paredes también se recogen
insultos, señas obscenas y rayas que no tienen otro fin que sólo rayar.
Las preguntas que por lógica hay que hacer son: ¿Por qué
ocurre esto? ¿Qué pretenden este grupo de personas con estos grafitis, tags o
rayados de todo tipo? ¿Cuándo es arte y cuándo vandalismo? Y la respuesta a
estas interrogantes y a otras relacionadas es la necesidad que tiene el hombre
como ser humano de expresar y de dejar huellas, de encontrar una manifestación
que de algún modo permita decir y demostrar a la sociedad en la que estamos
insertos: “¡mírame! Estoy y existo”. No me parece demencial esta intención,
principalmente porque estamos viviendo un ciclo y un tiempo donde la gran
mayoría de la gente se caracteriza por la indiferencia y la incomunicación, es
una sociedad que prefiere enviarse un mensaje de texto que mirarse a los ojos,
que le cuesta conmoverse y sentir, que al final vela por sus propios intereses y
ve sólo lo que necesita ver y punto. Debo decir que es aquí; en esta frontera
en donde el arte y la gente que intenta hacer arte son imprescindibles, porque
nos recuerdan pensar, sentir, mirar y reflexionar acerca de cómo estamos y
porqué estamos así. En ningún caso pretendo justificar a las personas que se
apoderan sin ningún pudor de espacios compartidos y rayan un insulto o un
dibujo de un pene o de cualquier obscenidad, y puede que incluso ellos tengan
una razón personal, pero hay que saber apreciar cuando un rayado logra mejorar
un espacio; porque tiene un objetivo y una intención mucho más profunda que ser
una simple raya que se vuelve una catarsis de desesperación por dejar una raya
a la posteridad, cuyo fin es sumar a la destrucción y afear eso que antes de
aquella raya que se puso era mucho mejor; a esos vándalos les diría: “cómprense
un cuaderno o raye todas la veces que quiera las paredes de su casa”.
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